En 2006, durante una larga estancia en Copenhague donde tuve la oportunidad de trabajar como fotógrafa en un estudio, fui testigo del vínculo de los daneses con su ciudad: esa maravillosa relación que tenían con el espacio público. Con el tiempo acabé yo también siendo parte de ello.

 

Fue entonces, en una breve visita a Caracas en 2007, estando todavía inspirada por aquella experiencia de libertad, que me propuse una nueva posibilidad para mi ciudad: llevar a mis amigos a pasear por el río Guaire. De esa manera, cuando regresé a Venezuela en 2008, comencé este nuevo proyecto que me llevó un año producir.

 

Lo que nunca imaginé fue que algo que surgió de un gesto absolutamente cívico, diría incluso que tan natural, causaría semejante revuelo. Como si hubiéramos cruzado alguna frontera que nadie antes se había atrevido a traspasar. Sorprendidos por este paseo en el río –que algunos calificaban de osadía– distintos medios me contactaron.

 

Primero nos dedicaron una publicación en El Nacional, luego comenzaron a llamarme desde distintos programas de radio. Más tarde fui contactada por artistas, curadores, críticos de arte, periodistas, escritores, arquitectos e incluso un ingeniero hidráulico del Ministerio de Ambiente. Todos querían comentar o escribir algo sobre Guaire.

 

Me invitaron a participar en ferias, muestras colectivas, algunas fuera del país. Y para mi gran sorpresa hasta el historiador Elías Pino Iturrieta me invitó a conversar con él en su programa Los Pasos Perdidos; porque al igual que todos los demás, quería que le aclarara una gran inquietud: cómo llegamos al río. No tengo otra respuesta que la más honesta y sencilla: simplemente se nos ocurrió meternos al Guaire.​